PUERTO RICO REPORT

10 años de lucha contra el caos en Puerto Rico 

por Robert Becker

9 de noviembre de 2001
Copyright © 2001 THE PUERTO RICO HERALD. Todos los derechos reservados.

Me voy de Puerto Rico, tras 10 años fructíferos, fascinantes y ocasionalmente exasperantes. Es una buena ocasión para evaluar el tiempo transcurrido y hacer las últimas observaciones.

He aquí algunas de ellas.

Cuando llegué, en marzo de 1991, Puerto Rico estaba angustiada por una ola de crímenes. Los homicidios aumentaban vertiginosamente, 80 vehículos eran robados a diario, y había un promedio de 25 asaltos a automóviles por día. Nadie estaba a salvo, ni siquiera las más prominentes familias de Puerto Rico. Bandas fuertemente armadas y hombres encapuchados irrumpían en los restoranes más elegantes de San Juan, obligando a los clientes a arrojarse al suelo para robarlos y aterrorizarlos con impunidad.

El poder y la envergadura de las organizaciones de tráfico de drogas crecía exponencialmente. Los policías, parapetados en las comisarías, eran atacados por francotiradores. En los últimos días del gobierno de Rafael Hernández Colón, Puerto Rico se deslizaba hacia la anarquía.

En mi primera semana en Puerto Rico, me robaron las tasas de mi auto. Sólo entonces me di cuenta que la mayoría de los vehículos de Puerto Rico no tenían tasas.

Durante mi primer mes en Puerto Rico, descubrí un ladrón en mi sala de estar. Había trepado hasta una puerta del segundo piso, que no estaba cerrada con llave. Fue entonces cuando comprendí porqué la mayoría de los puertorriqueños se encerraba cada noche en sus casas y departamentos, tras rejas de hierro.

Había caos social. Las escuelas se desmoronaban, los maestros no se presentaban a trabajar, la tasa de deserción escolar era del 49 %. Las calles, los caminos y puentes mostraban los signos de décadas de negligencia, al tiempo que un agobiante número de vehículos ocasionaba grandes embotellamientos de tráfico, en los que quedaban atrapados decenas de miles de automovilistas.

Los diques de la isla no habían sido dragados en décadas, por lo que las sucesivas sequías de 1992 y 1993 obligaron al racionar el suministro de agua a más de 1 millón de personas. En mi vecindario del Viejo San Juan, el agua debía venir una vez cada 24 horas, y así ocurría, pero como si fuera una burla, apenas salían unas pocas gotas durante escasos minutos por vez.

El servicio telefónico era, en el mejor de los casos, como del Tercer Mundo, y había que esperar meses, a menudo seis o más, para conseguir la instalación o reparación de una línea. La empresa estatal Puerto Rico Telephone Company estaba atiborrada con miles de nombramientos políticos y era extremadamente costosa tanto para los usuarios comerciales como residenciales. Mientras tanto, Puerto Rico iba a la deriva con un profundo malestar.

El gobierno de Hernández Colón sólo se ocupaba de hacer política sobre la cuestión del status y de aprobar la infame ley de uso exclusivo de la lengua española, concebida para abrir una profunda brecha entre Puerto Rico y los Estados Unidos.

Ese era el estado en que estaba Puerto Rico cuando llegué. No obstante, gracias a la ingeniosidad y flexibilidad de su pueblo, Puerto Rico salió por sus propios medios de la peor de las crisis, que parecía estar a punto de hundir a la isla.

Lo que ocurrió fue una rebelión de la clase media. La clase media, particularmente los profesionales, eligieron en 1992 al reformista Pedro Rosselló, cirujano pediatra, quien al asumir sus funciones inició una amplia serie de reformas. Rosselló descentralizó la educación, creó escuelas comunitarias con mayor participación paterna. Vendió la compañía de teléfonos y se deshizo de otras empresas estatales, entre ellas hoteles, la corporación azucarera y la compañía de navegación. Rosselló privatizó las prisiones, el sistema de salud y vivienda y redujo los impuestos.

El gobierno dragó los diques y construyó el Super Acueducto, con un costo de $ 600 millones, para estabilizar la provisión de agua en el área metropolitana. El servicio del agua mejoró notoriamente.

Los ingenieros de Rosselló construyeron nuevas carreteras y viaductos, ensancharon los carriles e instalaron los primeros carriles reversibles en la principal autopista de la isla. Lo que resulta más significativo aún, iniciaron las obras de un sistema ferroviario, con un costo de $1200 millones, para resolver el problema del tránsito.

No obstante, el principal logro de Rosselló fue que reivindicó a la sociedad de los criminales. Con su política de "mano firme", Rosselló envió la Guardia Nacional a los barrios acosados por la violencia, encarceló a miles de traficantes de drogas y reclutó y entrenó a 8000 nuevos oficiales de policía.

La política dio resultado. Los homicidios, que habían alcanzado un pico de más de 900 al año durante la administración de Hernández Colón, bajaron a 300. Los delitos más importantes registraron bajas pronunciadas. Los policías estaban en todas partes y la gente salía nuevamente por las noches.

La calidad de vida en Puerto Rico es mejor ahora que 10 años atrás. Rosselló no fue perfecto. Su administración fue agobiada por la corrupción, hizo aprobar una imprudente ley de agremiación de empleados públicos, muchos de sus programas fueron demasiado costosos, tiempo valioso fue desperdiciado en políticas sobre el status, y el programa de vales escolares de Rosselló fue dejado sin efecto por ser inconstitucional. Sin embargo, por los logros de la última década, Rosselló se merece buena parte del crédito. El pueblo de Puerto Rico se congregó detrás de él e hizo el trabajo. No es una exageración calificarlo como un exitoso reflejo de supervivencia.

Esta es la última columna del Reporte de Puerto Rico de Robert Becker. Después de diez años, se marcha de Puerto Rico para desempeñarse como jefe de departamento de The Sarasota Herald-Tribune.

Le deseamos mucho éxito en su nuevo destino y esperamos sus futuras contribuciones para el Puerto Rico Herald.

Puede escribírsele directamente a la siguiente dirección: dkarle@coqui.net

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