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OPINIÓN
Histórico voto por el cambio en Puerto Rico
por Luis A. Ferre*
14 de diciembre de 1998
Significativamente, a tres días del centenario del Tratado
de París, por el cual España cedió Puerto
Rico a los Estados Unidos, el electorado de nuestra isla votó
por que el Congreso continúe el proceso para resolver el
status político de la isla.
Asimismo, los votantes del plebiscito del Domingo rechazaron
masivamente el status quo del Estado Libre Asociado (ELA), en
vigencia desde 1952, que provee autogobierno pero al mismo tiempo
le niega a nuestros 3,8 millones de ciudadanos estadounidenses
la representación con derecho a voto en el Congreso y la
posibilidad de elegir al presidente que, como Comandante en Jefe,
los ha enviado a luchar desde la Primera Guerra Mundial.
Con la misma claridad se expresó el deseo del electorado
de hacer permanentes sus lazos con los EE.UU., y otorgar garantías
constitucionales a sus ciudadanías americanas estatutarias:
una meta que sólo se puede alcanzar con la estadidad.
Los ciudadanos americanos de la isla están claramente
insatisfechos con la actual relación, que los relega a
ciudadanos de segunda clase y permite que el Congreso continúe
aprobando legislación discriminatoria que limita la aplicación
de programas federales mientras ellos permanezcan en la isla.
No resulta extraño entonces que casi tres millones de
puertorriqueños se hayan mudado al continente, buscando
los beneficios de la estadidad que le son denegados en su tierra.
Ni siquiera el prospecto de la aplicación de tasas federales,
inaplicables actualmente en Puerto Rico, ha podido disuadir esta
campaña por el derecho a votar y la igualdad.
Ahora los puertorriqueños de todas las tendencias políticas
han expresado en voz alta y clara que no pueden seguir soportando
un status político, el ELA, que les niega el derecho a
expresarse y a participar igualitariamente en su gobierno.
La fuerza demostrada por la opción "ninguna de
las anteriores" subraya el deseo del votante de que el Congreso
tome el control de este proceso y defina claramente las opciones
realmente disponibles para que el pueblo de Puerto Rico pueda
rectificar esta situación de injusticia.
Sólo resta que el Congreso y el pueblo americano reconozcan
nuestra decisión de autodeterminación y concluyan
el proceso que conducirá a un status político permanente:
o la independencia o la estadidad.
De todas maneras, la estadidad fue escogida por la abrumadora
mayoría de los residentes insulares que votaron por una
opción específica de status. La estadidad es, para
mí, el único status político que hará
realidad esta lucha.
El camino hacia la estadidad, que la mayoría de los
residentes de la isla finalmente decidió escoger en lugar
de la independencia, requiere necesariamente un período
de transición en el cual el Congreso y Puerto Rico deberán
trabajar conjuntamente para definir los términos y condiciones
que deben ser satisfechos para ver cristalizado ese objetivo.
Nuestra devoción de Puerto Rico por la Constitución
y la democracia está siempre en primer lugar y más
de 200 mil puertorriqueños las han defendido en el exterior
desde 1917. Más del setenta por ciento del electorado registrado
participó en el plebiscito (en comparación con apenas
el 37% de votantes del continente que participó en las
elecciones de Noviembre último (mid-term elections).
Existen todavía algunos líderes nacionales que
piensan que nuestro idioma, cultura y situación económica
son obstáculos para la admisión o que directamente
impiden esa posibilidad.
Sí, los puertorriqueños queremos preservar nuestro
idioma y cultura. Sí, también queremos tener fluidez
universal en el idioma inglés y plena integración
con la corriente dominante en América. Pero, como cualquier
visitante puede atestiguar, Puerto Rico es tan americano como
hispano. Y nadie puede negar que la fluidez en el idioma inglés
es el camino de las oportunidades económicas para Puerto
Rico, como lo es para el resto del mundo.
Sí, queremos cerrar la brecha económica que existe
entre Puerto Rico y los estados. Aquí nadie es feliz con
un ingreso per capita equivalente a la mitad del de Mississippi.
Pero nuestro progreso económico, o la falta del mismo,
son el resultado directo de la incertidumbre de nuestro status
territorial. Como Hawaii y Alaska lo han demostrado recientemente,
la plena integración con los Estados Unidos trae consigo
una aceleración del crecimiento económico que incluye
inversiones, puestos de trabajo y mejoras en el nivel de vida.
Dado que América no tiene un idioma oficial, mantener
tanto el inglés como el español como nuestras lenguas
oficiales está en un todo de acuerdo con la Décima
Enmienda, que reserva a los estados aquellas facultades no delegadas
al gobierno federal. De la misma manera, nuestra herencia está
asegurada, ya que es compartida con los 30 millones de hispanos
del continente que, hacia el 2005, conformarán la primera
minoría de la nación.
Quizás el impedimento más significativo para
la aceptación universal en Puerto Rico haya sido el escepticismo
de que el Congreso actúe favorablemente ante una petición
de estadidad. Este escepticismo no resulta infundado, dada la
combinación de intransigencia parlamentaria con 100 años
de status neocolonial.
Eso hace que el resultado del plebiscito sea realmente histórico.
Este voto por el cambio en general, y por la estadidad en particular,
fue posible gracias a que el Congreso se volvió más
receptivo a la idea de estadidad, al mismo tiempo que estableció
que el status quo no tiene carácter permanente y es incapaz
de proveer igualdad constitucional.
Esta actitud es el resultado de una reciente serie de audiencias
e informes que indagaron sobre el actual status de Puerto Rico
y las opciones políticas alternativas que permitirían
revertir el status de segunda clase de los isleños y poner
fin al último vestigio de colonialismo estadounidense.
Seguramente, a pesar de los inevitables obstáculos inherentes
a los procesos de autodeterminación y admisión de
la estadidad, los entusiastas de la última opción
van a incrementarse en Puerto Rico en directa proporción
a la aceptación por parte del Congreso, tal como sucedió
con Alaska y Hawaii.
Sin embargo, para que triunfe finalmente la estadidad, el pueblo
americano y la ciudadanía de Puerto Rico deben ser convencidos
de sus mutuos beneficios. Los Estados Unidos se enriquecerán
con el estado de Puerto Rico, aquí y en el exterior, y
los puertorriqueños por fin participarán plenamente
en el sueño americano.
Estoy seguro que una vez que el Congreso haya asumido sus responsabilidades
bajo la Cláusula Territorial de la Constitución
y definido las opciones de status realmente disponibles para el
pueblo de Puerto Rico, éste elegirá la estadidad.
Inevitablemente, tan pronto como los americanos tomen conocimiento
de las cuestiones relativas a la estadidad, éstos abrazarán
dicha causa, sin importar donde vivan.
Nacido en 1904, y ciudadano estadounidense en 1917 por la ley,
anticipo celebrar mi propio centenario bajo una bandera americana
de 51 estrellas.
*Luis A. Ferre, antiguo gobernador de Puerto Rico, es el fundador
del Partido Nuevo Progresista (pro-estadidad), y actualmente sirve
como el Presidente Republicano Estatal de Puerto Rico.
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