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THE SUN-SENTINEL
La cuestión del indulto forma parte de un cuadro
más amplio
por Deborah Ramirez, Editorialista
21 de agosto de 1999
Marca Registrada © 1999 THE SUN-SENTINEL. Todos los derechos
reservados.
Dos décadas después, todavía recuerdo
el clima festivo que se vivió en Puerto Rico cuando el
presidente Jimmy Carter perdonó a cinco presos nacionalistas
puertorriqueños.
Cuando cuatro de ellos llegaron a San Juan, en septiembre de
1979, fueron recibidos en el aeropuerto por miles de entusiastas
puertorriqueños. La multitud era tal que derribó
una valla para poder ver más de cerca a los prisioneros
liberados. Andrés Figueroa Cordero, el quinto nacionalista
indultado por Carter, había sido liberado anteriormente
porque estaba muriendo de cáncer.
Dondequiera que los nacionalistas fuesen, ya sea en Puerto
Rico como en las comunidades puertorriqueñas en los Estados
Unidos, recibían un tratamiento propio de grandes personalidades.
Muchos americanos se sorprendieron por el cálido recibimiento.
Los cinco ex presidiarios habían cometido delitos que la
mayoría de los puertorriqueños consideraba inaceptables.
Al mismo tiempo, muchos borinqueños sentían que
los nacionalistas, que habían estado entre rejas por más
de 25 años, ya habían estado presos más de
lo necesario. Otros percibían que la histórica relación
de los Estados Unidos con Puerto Rico era parte del problema que
había encendido la violencia en la isla.
En 1950, Oscar Collazo se abrió paso a disparos en Blair
House, donde vivía el presidente Harry Truman mientras
la Casa Blanca estaba siendo restaurada.
Collazo resultó herido en el intento de asesinato. Un
segundo agresor armado, Griselio Torresola, mató a un guardia
antes de ser abatido.
En 1954, Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Irving
Flores y Figueroa Cordero irrumpieron en la Casa de Representantes,
donde abrieron fuego sobre legisladores estadounidenses desde
la galería de visitantes. Cinco miembros del Congreso resultaron
heridos por la lluvia de proyectiles.
Estos cinco puertorriqueños eligieron, trágicamente,
un modo violento para entregar el mensaje de que Puerto Rico era
una colonia estadounidense sin control sobre su destino político.
Actualmente, la mayoría de los boricuas que luchan por
la estadidad, que conforman una fuerza creciente en la isla, piensan
que Puerto Rico es una colonia, al igual que muchos legisladores
en Congreso.
Por sus actos, los cinco nacionalistas fueron sentenciados
a largas condenas de prisión. Collazo fue condenado a muerte,
pero Truman conmutó su sentencia a prisión perpetua.
En 1979, el presidente Carter fue persuadido por la opinión
pública de Puerto Rico de que los nacionalistas ya habían
permanecido bastante tiempo en prisión.
Veinte años después, muchos puertorriqueños
sienten lo mismo acerca de 15 radicales independentistas que en
su mayoría cumplen condenas de cadena perpetua.
Recientemente, el presidente Bill Clinton ofreció conmutar
las sentencias de la mayoría de esos prisioneros, aunque
no de su totalidad, y eliminar multas criminales a otros. Solamente
11 de los 15 presos nacionalistas serían liberados de inmediato,
lo que resulta insatisfactorio para quienes apoyan su liberación.
Algunos boricuas consideran a sus 15 compatriotas como combatientes
libertarios, mientras que otros los ven como terroristas que deberían
permanecer en prisión. La mayoría tiende a verlos
como defensores de la cultura y la identidad puertorriqueñas
que equivocaron el camino.
Este es un problema de conciencia para muchos puertorriqueños,
entre los que me incluyo.
Por un lado, una mayoría de isleños admira y
respeta a los Estados Unidos y sus instituciones. Los puertorriqueños
han luchado en las guerras estadounidenses, votan en altos porcentajes
y aprecian los beneficios de la ciudadanía americana.
Por el otro, un profundo nacionalismo palpita en el corazón
de Puerto Rico. Nace de haber sido traspasados como colonia de
España a los Estados Unidos al concluir la Guerra Hispano-Americana
en 1898.
El cambio de guardia coincidió con un incipiente movimiento
independentista puertorriqueño que quedó inconcluso.
Le llevaría medio siglo a los Estados Unidos cumplir
con el básico principio democrático de permitir
a los puertorriqueños gobernarse a sí mismos, eligiendo
su propio gobernador. Esta demora en conceder el autogobierno
llevó al primer gobernador electo de la isla, Luis Muñoz
Marín, a manifestar: "Los americanos son generosos
con el dinero pero tacaños con el poder".
En 1952, Puerto Rico adoptó una constitución
y se convirtió oficialmente en un Estado Libre Asociado
de los EE.UU. . Pero este nuevo status cambió muy poco
las relaciones entre la isla y su amo. Los puertorriqueños
son ciudadanos estadounidenses que no pagan impuestos federales
y no votan al presidente ni eligen representantes para el Congreso.
Durante décadas, los Estados Unidos han hecho mucho
para promover el desarrollo económico y elevar el nivel
de vida de los puertorriqueños.
Pero estos logros no borran el hecho de que la isla fue tomada
por tropas americanas y que nunca se le dio la oportunidad de
escoger su futuro político. Cada vez que los puertorriqueños
votaron sobre la cuestión del status, lo hicieron en votaciones
no vinculantes, a las que algunos con ironía denominan
"concursos de belleza".
El Congreso nunca les ha pedido a los puertorriqueños
que escojan entre la estadidad, la independencia o una mayor autonomía.
Eso significa que el Congreso nunca se ha comprometido a respetar
la decisión de la mayoría puertorriqueña.
Estas son algunas de las razones por las cuales los boricuas
están de acuerdo en que los 15 nacionalistas deben ser
puestos en libertad, aunque no estén de acuerdo con lo
que hicieron.
Los 15 pertenecían a dos grupos independentistas radicales
que operaban en los años '70 y '80, y que reclamaron la
responsabilidad por numerosos atentados con bombas y otros crímenes
ocurridos en Puerto Rico y en los Estados Unidos. La mayor parte
del daño fue a la propiedad, pero seis personas murieron
en esos ataques.
Sin embargo, ninguno de los 15 convictos nacionalistas fue
condenado por asesinar o causar heridas a alguien, o por haber
puesto una bomba. En su mayoría se los halló culpables
de violación al uso de armas, robo a bancos, y conspiración
sediciosa, un estatuto de la época de la Guerra Civil que
habilita largas condenas. Sus sentencias promedian los 70 años
de prisión.
La mayoría de estos 15 prisioneros han pasado casi dos
décadas entre rejas. Con pocas excepciones, han sido prisioneros
de comportamiento ejemplar. En su mayoría educados, algunos
dan clases a los internos que no saben leer o escribir.
A pesar de ello se les ha denegado la libertad bajo palabra,
mientras que convictos culpables de asesinato, violación
y secuestro han salido en libertad.
Esta es una doble moral que provoca disgusto a los puertorriqueños.
Es lo que ha unido a los puertorriqueños de diferentes
convicciones políticas -desde los intelectuales de izquierda
a los conservadores de la Asociación de Manufactureros
Puertorriqueños- para pedirle clemencia al presidente Clinton.
También hay no puertorriqueños entre quienes
los apoyan, tales como Corretta Scott King, Desmond Tutu y el
Cardenal de Nueva York, John O'Connor.
Si son liberados, los 15 nacionalistas deben comprometerse
con la paz. El movimiento independentista, que es minoría
política en Puerto Rico, se ha dañado a sí
mismo cada vez que ha apelado a la violencia.
La verdad es que la mayoría de los puertorriqueños
que apoyan la independencia operan dentro de la ley. Cuando la
ley es demasiado injusta para ser obedecida, existe la opción
de la desobediencia civil, aprobada por la sociedad contemporánea.
Asimismo, el gobierno americano daña las relaciones
entre los EE.UU. y Puerto Rico cada vez que aplica condenas a
los nacionalistas puertorriqueños que exceden los delitos
cometidos.
Irónicamente, la amenaza terrorista en los Estados Unidos
no proviene de Puerto Rico. Surge del mismo suelo americano, donde
algunas personas con visiones erróneas sobre la raza y
el individualismo piensan que están en guerra con el gobierno
federal.
Habiendo transcurrido 101 años, es hora de solucionar
el problema del status de Puerto Rico y seguir adelante. En este
caso, tirar para adelante implica enviar de vuelta a casa a los
15 presos nacionalistas.
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