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THE ORLANDO SENTINEL

Guantes de oro

por Sandra Mathers

9 de enero de 2000
Copyright © 1999 THE ORLANDO SENTINEL. Todos los derechos reservados.

El Dr. José Borrero vistió su bata quirúrgica aproximadamente 6.300 veces en los 21 años que lleva trabajando en Altamonte Springs.

Ha reimplantado 100 dedos de la mano, 12 dedos del pie, tres muñecas seccionadas y reconstruido miles de venas, arterias y tendones lesionados.

Y mientras lo hacía, Borrero se fue transformando en un destacado microcirujano de la región central del estado de Florida, especializado en reimplantes de miembros.

Fue uno de los primeros cirujanos en Florida que utilizó poderosos lentes de aumento para enhebrar suturas de nylon delgadas como cabellos en minúsculas agujas y con ellas completar intrincadas operaciones de hasta ocho horas de duración.

En la actualidad, su experiencia es requerida en todo el mundo, desde París hasta México, país donde hace tres semanas realizó una complicada cirugía vascular a un bebé de 3 meses de edad.

En 1978, el año de su arribo, Borrero inauguró el Florida HAND Center y junto a su hermana, la Dra. Margarita Borrero, especialista en rehabilitación física, realizó el primer transplante de nervios en la región central del estado de Florida.

"Yo tenía claro que deseaba dedicarme a la cirugía de la mano cuando ingresé a la facultad de medicina, pese a que nadie se estaba dedicando todavía a esa especialidad en los Estados Unidos", comenta Borrero.

"El primer reimplante de dedo de la mano se realizó en el Japón en 1965."

El mismo año en que Borrero -el segundo hijo de un almacenero puertorriqueño- se graduó en química en la Universidad de Syracuse. Los cuatro años siguientes estudió en la facultad de medicina de la Universidad de Puerto Rico y posteriormente trabajó un año como médico clínico en el Albert Einstein Medical Center de Philadelphia.

La residencia de cinco años para especializarse en cirugía vascular la realizó en la Fuerza Aérea, en la Base Travis, California.

En 1978 completó dos años de capacitación en microcirugía en los hospitales de Louisville, Kentucky y San Francisco.

Hoy en día, con 55 años de edad, Borrero -a quien se conoce como "Pepi"- es admirado por sus familiares, respetado por sus amigos y colegas y adorado por quienes fueron sus pacientes. Sus cartas de agradecimiento enmarcadas llenan las paredes de su sala de espera.

"Es uno de los mejores cirujanos de mano del mundo y un excelente ser humano", comenta su amigo y colega el Dr. Manuel Gonzales, cirujano ortopedista de Orlando.

Es frecuente que Borrero lleve comida casera a sus pacientes del hospital, relata Gonzales.

Ése es un José Borrero. Existen otros.

El Borrero que a mediados de la década del 60 practicaba boxeo, salto con garrocha y gimnasia deportiva en la Universidad de Syracuse, hace ejercicio día por medio y boxea "una vez por semana" en el gimnasio de su casa.

El Borrero que alguna vez consideró estudiar ingeniería al igual que su hermano mayor, diseñó y construyó su consultorio de dos plantas de Altamonte Springs que tiene reminiscencias de hacienda mexicana y tejas coloniales. Tiene una oficina en el segundo piso llena de sol y luz, que bien podría pasar por un refugio.

El Borrero que aprendió a volar bastante bien cuando se desempeñaba como cirujano de a bordo en la Fuerza Aérea durante la década del 70, construyó hace unos siete años su primer avión -un Glasair de dos plazas- a partir de un kit para armar.

Sin embargo, el Borrero que dona su tiempo y sus habilidades como cirujano a los pacientes sin recursos en América Latina y Europa, es quizás, el menos conocido de todos. En algunas oportunidades, él viaja hacia donde están sus pacientes.

A veces, los pacientes extranjeros de pocos recursos juntan el dinero para el pasaje aéreo. "Y yo les ofrezco hospedaje en mi hogar" porque no tienen dinero, comenta encogiéndose de hombros.

Hace tres semanas, Borrero voló a México para reparar los nervios lesionados del cuello de un bebé de 3 meses que había tenido problemas durante el parto.

Borrero calcula que aproximadamente descuenta de su declaración de impuestos anual unos US$ 175.000 en facturas médicas de personas indigentes.

"Soy un hombre muy rico . . . ya que no le debo dinero a nadie y soy feliz con lo que hago", explica con una amplia sonrisa. "Y, lo que es más importante, jamás me aburro."

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