Entre las animadas multitudes que hacían sonar música y ondeaban banderas en el Desfile del Día Nacional Puertorriqueño, se desenvolvía un drama silencioso, invisible.
Por primera vez en 35 años, Ramón S. Vélez, quien contribuyó a constituir el Desfile como una institución cultural y al mismo tiempo una lucrativa empresa comercial, no participó en el desfile. Una carroza que propalaba su voz recorrió el camino en su lugar.
Sin aviso previo, se pasó una página en la historia del Bronx, y de la presencia de los puertorriqueños en Nueva York.